De cuando la calma y la humildad se llamaron Yara
Era un día cualquiera del mes de noviembre en los inicios del siglo XVIII. En el otro lado del planeta, filósofos occidentales, como sir Francis Bacon en Inglaterra o René Descartes en Francia, desarrollaban las bases del pensamiento moderno que desde entonces llamamos «la Era de la Luz». Inglaterra inauguraba un gobierno parlamentario y el resto de Europa se consumía en peleas coloniales. Mientras todos estos acontecimientos se desarrollaban allende los mares, aquel joven se encontraba subido en lo alto de la colina que dominaba el puerto de Fukien, China, y solo se preocupaba en sentir la brisa del viento que le soplaba en la cara y el ruido que la corriente de aire producía en sus oídos. Su pensamiento se hallaba más lejos que la línea del horizonte, soñaba en las islas del archipiélago de Ryukyu, allí por donde, entre la bruma, el sol se pone al atardecer. La melancolía que su cara expresaba y la lasitud de su cuerpo, no se correspondían con la fuerza y el aspecto físico que aquel joven poseía. «Tienes añoranza,» le dijo el viejo que estaba sentado detrás de él, mientras observaba su estado anímico. «No te preocupes, mi querido y alumno», continuo, «pronto estarás en casa». El joven volvió la cara y miro al anciano con expresión de sumisión. Hacía 20 años desde que abandonó su pueblo en Okinawa y había permanecido en China durante todo ese tiempo, para aprender las artes marciales con aquel venerable abuelo que le aceptó como discípulo. Ahora era el guardián transmisor de las técnicas secretas que la familia del anciano maestro atesoró durante siglos. «Me pregunto si las cosas seguirán igual en mi pueblo cuando regrese», dijo Yara, que así se llamaba el joven. «Todos los fenómenos son impermanentes», según Buda. Lo viejo se va y lo joven se volverá viejo», sentenció el octogenario. Yara, cuando era un niño de tan solo 12 años de edad, fue llevado por sus padres a China para que se instruyera en el arte de la lucha bajo la disciplina del Maestro Wong. Ser artista marcial estaba muy bien considerado socialmente por aquellos años, sólo los nobles tenían acceso a ellas y por este motivo si un campesino como él lograba el grado de maestro, no sólo era un gran prestigio personal, sino que toda su familia también gozaría de esa reputación. Apenas recordaba nada de Chatan, su pueblo natal. No podía imaginarse que con el transcurso de los años acabarían llamándole Yara Chatan, y que su nombre sería más recordado que el de su propio pueblo. De niño, encontró muchas dificultades de adaptación lejos de su casa, pues las costumbre en el área de Fuchou, donde vivía, eran...
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